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Serie de artículos sobre los signos del Zodíaco enfocándolos como facetas del psiquismo humano y caminos evolutivos que todos recorremos.

Qué simbolizan energéticamente y psicológicamente:

Virgo es el signo de Tierra que viene después de Leo, signo de Fuego. Fuego, Tierra, Aire, Agua; la sucesión de los Elementos en el Zodíaco tiene su lógica, por supuesto. Para empezar, este balanceo que alterna Elementos de polaridad yang con Elementos de polaridad yin simboliza el flujo y el reflujo constante de la energía, su oscilación polar; esta circulación energética que simboliza el Zodíaco tiene un latido, como el corazón, de expansión y contracción, de forma que, a un signo de Fuego, que es yang, esto es expansivo, siempre sucede un signo de Tierra, yin, que equilibra el movimiento yang anterior, concentrando, frenando y concretizando ese movimiento. El Fuego es nuestra capacidad de conectar con la potencia, con el deseo, mientras que la Tierra es nuestra capacidad de percibir el límite, de darnos cuenta de los límites existentes, tanto adentro como afuera.

Una palabra clave para Virgo es humildad, y viene después de Leo, cuyo proceso principal, como vimos, es conectar con el propio poder personal, con la propia dignidad.

Los signos del Zodíaco simbolizan procesos evolutivos de la consciencia; hablando de Leo, por ejemplo, hay distintos niveles de conciencia desde los cuales se puede vivir; unos niveles más elevados en los cuales estamos intentando ser quienes somos, buscando la individuación, pero también, evidentemente, niveles de conciencia desde los cuales vivimos el proceso leonino a través del narcisismo, el egocentrismo, la fascinación por las cualidades individuales de unos y otros, la fascinación por el carisma, por la capacidad expresiva. Y éste es el nivel dominante, colectivamente.

Entonces, ese freno de la Tierra después del Fuego aquí se da en relación al ego, en relación a esa importancia que le damos al yo. Virgo, como signo de Tierra, me conecta con un límite, con una percepción más real de lo que soy, y esto va a ser a través de la noción de contexto. Virgo es aquel nivel mío que es consciente, o que puede ser consciente, de que no soy independientemente de un contexto; soy el resultado de generaciones y también soy un individuo dentro de una comunidad; soy parte de un sistema familiar y de una comunidad humana en un momento histórico dado.

O sea que todas aquellas cualidades personales con las cuales, desde un nivel narcisista leonino, podría tender a identificarme y pensar que son realmente mías -que si soy guapo/a, que si canto bien, que si se me da bien esto o lo otro- la consciencia virginiana nos invita a relativizar su importancia y retirar nuestra identificación con estas  cualidades, ofreciéndonos una mirada sistémica desde la cual podríamos verlas, por ejemplo, como una repartición de cartas en un sistema familiar; a mí me han tocado las cartas que me han tocado, y a mi hermana otras, y a mi hermano otras, y a mi madre otras, etc. O sea que, en realidad, nuestras cualidades individuales son funcionales, son la parte del guion que nos ha tocado interpretar en la obra; son las cartas que nos han tocado en el juego. Desde esta mirada no hay tanto mérito personal ni tanta identificación personal con cualidades que al final no son tan personales, sino que son funcionales.

La visión de sistema que nos aporta Virgo deja de dar tanta importancia al individuo en una situación dada y se da cuenta que el contexto es al menos tan importante como el individuo, lo cual es la base de la percepción ecológica del mundo; o sea, es la conciencia de que todo individuo, sea animal, planta o humano, pertenece a un ecosistema y que dentro de éste hay un funcionamiento donde todo es importante y todos somos importantes.

Virgo es regido por el planeta Mercurio, el cual, como función psíquica, simboliza el pensamiento, el intelecto, la mente racional que nos permite elaborar ideas, relacionar conceptos, y comunicarnos verbalmente. Dicho sea de paso, Mercurio rige dos signos, los cuales expresan dos facetas de esta función, dos niveles del funcionamiento de la mente; Géminis, signo de Aire, el aspecto más verbal y comunicativo, y Virgo, signo de Tierra, el aspecto más analítico y ordenador.

Así, el proceso mercurial que se da en Virgo consiste en observar el contexto, justamente, analizarlo para definir la función de cada cosa en un determinado sistema y percibir el orden del mismo. Pues la realidad de la cual formamos parte es ordenada, perfectamente y complejamente ordenada, y Virgo simboliza el anhelo humano de entender ese ordenamiento, desvelar el misterio de lo que es, de lo que somos y de la vida de la cual formamos parte, O sea que Virgo simboliza la mente científica, es decir la mente que se aplica a la realidad tangible; que observa, analiza e intenta entender la realidad descifrando los órdenes subyacentes a lo que percibimos. Ya sea que se aplique a las plantas, al universo, al lenguaje o al cuerpo humano, la ciencia investiga y desvela órdenes ya existentes que superan la mente humana con su complejidad, y por tanto siempre siguen manteniéndose en el orden del misterio.

Camino evolutivo:

Mercurio está asociado al arquetipo del aprendiz, pues su función en nosotr@s es la de aprender, y una cualidad necesaria para aprender, a parte de la agilidad mental y la curiosidad geminianas, es la humildad virginiana. Sólo puedo aprender si reconozco mi ignorancia, si me rindo ante el misterio.

Sin embargo, en nuestra cultura, carecemos de la sensación sistémica virginiana y, en su lugar, enfatizamos la importancia del ser humano por encima del resto de naturaleza, de la misma manera que se pone el énfasis en el individuo, en detrimento de los sistemas de los cuales forma parte. Algo nos hace creer, nos hace sentir, que somos radicalmente diferentes y radicalmente superiores al resto de la naturaleza; justamente, esta superioridad la basamos en la mente. En nuestra civilización en especial, endiosamos la mente, le otorgamos un poder protector, como si poder entender nos pudiera proteger de los aleas de la vida, de lo que no es controlable. A nivel colectivo, confiamos en que la ciencia es la salvadora de la Humanidad, a través de la tecnología y a través, simplemente, del entender la realidad y, por tanto, tener la ilusión de controlarla. Hasta se puede decir, creo, que hay una percepción de la ciencia casi religiosa; sólo hay que ver lo tensos que son los debates de opinión científica, la cual tensión nos indica que la validación científica de alguna opinión o interpretación de la realidad nos tranquiliza, calma en nosotros un miedo profundo. Lo que revela esta tensión en relación a las opiniones científicas, creo, es nuestra ilusión de controlar la realidad con nuestra endiosada mente; pues si fuéramos conscientes de que no sabemos nada, de que el misterio es inconmensurable y de que nuestros esfuerzos por entender siempre se quedarán cortos, entonces no le daríamos tanto valor a una opinión científica que, en breve, será reemplazada por otra nueva, y la consideraríamos como lo que verdaderamente es, una simple hipótesis.

El proceso madurativo virginiano consiste pues en superar el miedo a no entender, en soltar el control mental, en tolerar la incertidumbre y el misterio, desde la humildad de reconocer lo pequeño que somos ante la complejidad del mundo. Esto aplica, obviamente, al conocimiento científico y a las ideologías asociadas, pero también al entendimiento psicológico o moral, es decir a las interpretaciones que damos a lo que nos pasa en el ámbito relacional.

En ambos ámbitos, necesitamos aprender a utilizar nuestra mente de forma más receptiva y más flexible; no tan tensa, no tan dominante, no tan controladora. En lugar de intentar siempre llegar a conclusiones cerradas, de querer llegar rápidamente a una respuesta satisfactoria, lógica y racional (o eso creemos al menos), necesitamos destensar nuestra mente y desarrollar su función contemplativa y meditativa, para que emerjan contenidos inconscientes y los podamos tener en cuenta en una forma de razonar más intuitiva y sensible.

Evidentemente, estoy hablando aquí de la integración del eje energético Virgo-Piscis.

Símbolo:

En primer lugar, podemos observar que Virgo y Géminis, los dos signos regidos por Mercurio, son los únicos signos antropomórficos del Zodíaco, confirmando así simbólicamente que el ser humano se identifica a sí mismo a través del atributo mental e intelectual. (Sagitario y Acuario también son símbolos parcialmente antropomórficos, y en ellos también, la mente y el conocimiento son elementos dominantes)

Sin embargo, antiguamente, en los orígenes mesopotámicos de la astrología, el símbolo asociado a esta fase del Zodíaco era la espiga, como símbolo de fertilidad. Las espigas contienen semillas, y las semillas llevan codificado genéticamente la forma particular que cobrarán al desarrollarse, la cual viene condicionada por un contexto; tanto la historia genética de la especie y la variedad, como las condiciones físicas de crecimiento. Como individuos, somos comparables a semillas que crecen condicionadas por un contexto también.

Datos técnicos:

Para observar en una carta natal la fuerza relativa de la energía virginiana y de Mercurio, tendremos en cuenta los siguientes elementos: Sol, Luna o Ascendente en Virgo; Sol o Luna en casa VI; Mercurio en casa I, casa X o casa XII; varios planetas en Virgo; aspecto de conjunción, oposición o cuadratura entre Luna y Mercurio; y en menor medida, aspecto de conjunción entre el Sol y Mercurio.

Serie de artículos sobre los signos del Zodíaco enfocándolos como facetas del psiquismo humano y caminos evolutivos que todos recorremos.

Qué simbolizan energéticamente y psicológicamente:

Leo es el primer signo de Fuego y el signo regido por el Sol. El fuego simboliza la chispa divina, lo que hace que estemos vivos y nos sintamos vivos; es la vitalidad, la fuerza vital, la energía vital que nos mueve. La cual, psicológicamente, se traduce en confianza, en fe en uno mismo y en la vida. Lo cual a su vez también se traduce en fuerza motriz; es lo que nos mueve, lo que nos da ganas de vivir, de ser, de hacer cosas, de seguir aprendiendo, de seguir explorando. 

Hablando del Fuego también podríamos hablar del concepto de conquista; no conquista como una lucha y una victoria sobre alguien o algo, sino conquista en un sentido de ampliación, de expansión. Los 3 signos de Fuego simbolizan una expansión en algún nivel: Aries, que es el primer signo de Fuego, simboliza una conquista de espacio vital (desde el mero hecho de nacer); el tercer signo de Fuego, Sagitario, una ampliación de conciencia, una conquista de espacio de conciencia; y el del medio, que es Leo, una ampliación del espacio personal, una conquista de espacio personal. Es decir, de espacio dentro del cual mi ego, mi sensación de ser, mi personalidad, mi sentido de identidad, mi sentido de valía personal, pueden sentir que tienen un ámbito de influencia; esto es, personas a las cuales gusto, “seguidores”, personas que se fijan en mí, que me escuchan, que me miran, y que me permiten sentir que existo, que tengo una importancia, que tengo una valía.

El regente de Leo, el Sol, es una estrella; esto implica que ocupa un lugar central dentro de un sistema, irradiando luz y calor en ese sistema y actuando como el motor del mismo. El Sol, en constante combustión y explosión, mueve nuestro sistema, tal una inmensa nave, por la Galaxia, a la vez que irradia calor y luz, haciendo posible la vida en la Tierra.

Este patrón energético solar, en el plano humano, en el plano psicológico, es la irradiación de lo que soy, la irradiación de mi personalidad; irradiación que, evidentemente, busca impactar, influenciar, tener un efecto en el exterior y busca una respuesta. De ahí la característica psicológica muy conocida asociada al signo de Leo que es el narcisismo

El narcisismo, en términos psicoanalíticos, no es patológico en sí; es una de las bases de nuestro sistema psíquico, al igual que el sentimiento de pertenencia que vimos en Cáncer (de hecho, ambos signos se encuentran en la base de la rueda zodiacal). En efecto, necesitamos un mínimo de autoestima, un mínimo de seguridad en cuanto a quienes somos y en cuanto a nuestra valía personal. Y el patrón leonino consiste en irradiar personalidad para provocar aquellas respuestas a través de las cuales me gusto, me siento confirmado/a, me siento valorado/a.

Entonces, el patrón solar, tanto energéticamente como psicológicamente, es de irradiación, y también de diferenciación.

En todo sistema planetario se encuentra una estrella en el medio, haciendo de núcleo y centro de gravedad; pues bien, esta estrella, por naturaleza, es diferente del resto del sistema que son planetas y asteroides. O sea que el Sol es de una naturaleza diferente del resto y está en el centro; esto, en el plano humano y psicológico, se plasma en que todos, como individuos, nos sintamos como pequeños soles; tenemos esta sensación de estar en el centro de nuestra propia existencia y de ser diferentes de los demás, de ser únicos, de ser singulares. Así podemos visualizar que, en un nivel energético, los individuos somos pequeños soles, pequeñas estrellas, que irradiamos una personalidad singular, diferenciada, y tenemos cierto impacto sobre nuestro entorno, lo cual se suele llamar “carisma” o “personalidad”. Claramente, algunos tienen más impacto, son motores más potentes que otros, y esto depende justamente de cuán fuerte es el Sol en la carta natal, y de cuánto Fuego hay en ésta.

Aquí es interesante observar que el Fuego siempre sucede al Agua en el ciclo del Zodíaco; es decir que la lógica evolutiva es que las energías de diferenciación (Fuego) emerjan de las energías de unión (Agua). En este caso, en Cáncer buscamos pertenecer, sentirnos parte de algo, sentirnos unidos a otros por lazos afectivos; en Leo, en cambio, buscamos independizarnos de esos lazos afectivos diferenciándonos, sintiendo y manifestando que somos diferentes y que justamente esta diferencia, esta singularidad, es lo que hace que valgamos.

Para entender el patrón psicológico leonino, una referencia muy clara es la etapa de la adolescencia; es decir, ese descubrimiento de quién soy, ese desarrollo de mi singularidad, esa progresiva independencia en relación a mi lugar de origen, a mi familia, donde estoy dentro de una pertenencia, donde realmente no soy diferente, pues justamente lo que hace que me sienta parte de esa familia es lo que tenemos en común. La singularidad individual, en la adolescencia, cobra una importancia mayor, incluso estridente, podríamos decir; hay una necesidad muy fuerte de conectar con la propia diferencia, de afirmarla y de manifestarla. Evidentemente, el proceso de conexión con la función solar, que se hace tan central e intenso en la adolescencia, es un proceso que se da a lo largo de toda la existencia, y es un proceso psicológico de los más básicos. En todas las etapas de nuestro desarrollo, buscamos quienes somos a través de nuestras experiencias y nuestros vínculos; buscamos maneras de expresarnos en las que nos sintamos auténtico/as y singulares, con las que nos reconozcamos en el feed-back que provocamos. 

Camino evolutivo:

Como todas las facetas y funciones de nuestro psiquismo, ésta ha de recorrer un camino evolutivo, una maduración. Aquí el principal desafío madurativo ligado a Leo y al Sol será atreverse a ser uno/a mismo/a, a ser diferente, para que pueda darse una conexión entre individuos singulares y auténticos.

El descubrimiento de la propia singularidad es angustiante, porque ser diferente, ser singular, implica una dosis de soledad, de no pertenencia; de ahí gran parte de la tensión que se vive en la adolescencia, justamente.

Otra vez podemos volver a la adolescencia como paradigma del desafío que representa el desarrollo de la función solar. Ahí podemos observar muy claramente el patrón de enamorarse de su propio ego, enamorarse de su propia singularidad, y atraer personas cuya diferencia es afín a la propia, y ahí encerrarse en una burbuja donde nos adoramos y admiramos mutuamente, pero todo lo que está fuera de esta burbuja, en cambio, no vale nada y no queremos saber nada de ello. O sea que, en el proceso para conectar con nuestra singularidad, hacemos todo lo contrario de buscar la singularidad; pues lo que buscamos es confirmación, identidad y pertenencia. Esto es evidente en los adolescentes que son inexpertos en la manifestación de su solaridad, pero en realidad todos estamos en algún punto de este complejo proceso de diferenciación.

Otra faceta de este trabajo de maduración tiene que ver con el egocentrismo y el narcisismo que esa misma angustia de ser uno/a mismo/a genera a modo de estrategia defensiva. Aquí la pregunta sería: “¿para qué queremos ser singulares y auténtico/as?” ¿Para brillar solo/as en el vacío sideral? ¿O bien para poder conectar con otros individuos diferenciados? Es decir, ser yo mismo/a es lo que me va a permitir conectar profundamente con otros seres que son ellos mismos; cuanto más auténtica en mi singularidad soy, más mi conexión con otro va a ser auténtica y singular. Sin embargo, si vivo mi singularidad, mi diferencia, con un alto grado de narcisismo y un alto grado inconsciente de miedo a no ser validado/a, a no gustar, entonces mi funcionamiento va a consistir en hiper-afirmar mi diferencia, en aislarme dentro de mi diferencia y no interesarme por las otras diferencias, no ser capaz de valorar las otras diferencias. 

Aquí he de observar hasta qué punto ser diferente y cultivar mi singularidad me conecta con otros o, al contrario, me separa de los otros.

Símbolo:

El León era un animal venerado y un motivo iconográfico frecuente en las culturas mesopotámicas antiguas. Simboliza la dignidad personal, aquel sentimiento de valía e importancia personal que es parte del zócalo de nuestro psiquismo individual, y está ligado al arquetipo del Rey, cuya función centralizadora, coherentizadora y de liderazgo dentro de una nación es similar a la función solar.

Datos técnicos:

Para observar en una carta natal la fuerza relativa de la energía leonina y del Sol, tendremos en cuenta los siguientes elementos: Sol, Luna o Ascendente en Leo; Sol o Luna en casa V; Sol en casa I, casa X o casa XII; varios planetas en Leo; aspecto de conjunción, oposición o cuadratura entre el Sol y Júpiter o Urano.

Serie de artículos sobre los signos del Zodíaco enfocándolos como facetas del psiquismo humano y caminos evolutivos que todos recorremos.

Qué simbolizan energéticamente y psicológicamente:

Cáncer es el primer signo de Agua y el signo regido por la Luna. El Agua simboliza las emociones, la vida interior, la imaginación, el inconsciente; es el mundo emocional, los sentimientos. Cáncer está asociado a las sensaciones de ternura, de vulnerabilidad, de necesidad de protección, de nutrición afectiva, y al arquetipo de la madre.

Una palabra clave para Cáncer es “ternura”. Digamos que es lo tierno en nosotros; nuestra parte tierna y por lo tanto vulnerable, pero también nuestra ternura, es decir nuestra capacidad de ternura hacia el mundo, hacia los demás. Es nuestra sensibilidad emocional; cuando decimos que “somos sensibles”, nos referimos a que somos vulnerables emocionalmente, pero “ser sensible” también significa tener una capacidad de contacto emocional con los demás y con el mundo que nos rodea; de sentir a los demás, de sentir la realidad que nos rodea.

De hecho, la Luna, como función psíquica, es justamente “hacer contacto”, esto es, hacer puente entre nuestra intimidad, nuestra interioridad, y el mundo externo. Por eso es, podríamos decir, la función psíquica más básica en nosotros los seres humanos, y también la fuente de nuestras alegrías y de nuestras desgracias, de nuestros dramas, porque es realmente la función psíquica que nos comunica emocionalmente con el mundo y con los demás.

En un nivel más energético y biológico, la Luna simboliza y rige lo blando, lo tierno que necesita ser protegido, como por ejemplo un embrión que crece dentro de un útero, que a su vez está protegido por unas caderas. Nuestras partes más vulnerables como el cerebro, el corazón, los pulmones, están protegidos por unas estructuras óseas que las protegen. La infancia, tanto en animales como en nosotros, es un momento en el cual necesitamos y recibimos protección pues no podemos crecer desprotegidos. Esta blandura, esta vulnerabilidad, tienen como correlato la dependencia, la cual a su vez genera vínculos simbióticos. La sensación, y la realidad objetiva, que simboliza Cáncer es pues ese necesitarnos los unos a los otros.

Camino evolutivo:

Como todas las facetas y funciones de nuestro psiquismo, ésta ha de recorrer un camino evolutivo, una maduración. Aquí uno de los desafíos madurativos ligados a Cáncer y a la Luna será la capacidad de madurar esta función de contacto para tener un contacto con el exterior cada vez más real, más objetivo. Si bien en nosotros adultos la Luna sigue representando unas necesidades afectivas y emocionales como en los niños, también y sobre todo simboliza nuestra capacidad de sentir y por lo tanto nuestra capacidad de amar, de tejer vínculos íntimos y nuestra capacidad de conectar con nosotros mismos íntimamente. Por eso, el trabajo lunar, que nos toca a todos hacer, consiste en madurar nuestra manera de sentir para que ésta sea cada vez menos infantil, menos subjetiva, menos egocéntrica, menos reactiva, y cada vez más abierta al otro, al mundo, más conectada realmente con lo que pasa a mi alrededor y con lo que pasa interiormente, y menos condicionada por unos patrones y unas reacciones infantiles, ligados en lo profundo al miedo a no pertenecer y a no ser querido/a.

A las personas que tengan la Luna o el signo de Cáncer realzados en su carta natal les costará más y les será aún más necesario ese trabajo de maduración de la función lunar. Pues si bien este predominio de lo lunar en su estructura energética las hace, en principio, sensibles, afectuosas y conectadas con sus emociones, esto no quiere decir que su manera de vivir el afecto y el contacto emocional con el mundo sea madura; al contrario, su gran vulnerabilidad y necesidad de afecto las ha llevado a desarrollar mecanismos y estrategias que les tocar deconstruir para liberar su sensibilidad.

El trabajo lunar consiste pues en transformar la subjetividad, transformar las reacciones infantiles, para que haya una mejor comunicación entre mí adentro y mi afuera, entre yo y los demás, para que pueda sentir a los demás de manera más compleja y más individualizada, es decir menos condicionada y menos reactiva.

Símbolo:

Para simbolizar esta faceta de nuestro psiquismo, la astrología mesopotámica eligió el cangrejo, animal acuático que busca refugio en los huecos de las rocas o cava agujeros en la arena, que vive en las aguas calentitas de la orilla, y cuya anatomía expresa con claridad el patrón universal de proteger lo blando dentro de lo duro.

La raíz sanskrita kar presente en la palabra griega karkinos de donde proviene la palabra española cangrejo significa “duro”, lo cual podría parecer paradójico aquí, hablando del símbolo de lo blando. Pero nos lleva a observar que la energía funciona de manera polar; lo blando necesita y genera lo duro, y recíprocamente. En el nivel psicológico, el caparazón del cangrejo nos habla de nuestras reacciones defensivas en situaciones donde no podemos aplicar el patrón relacional madre-hijo/a y en las cuales percibimos el mundo como duro, así como de nuestra tendencia a refugiarnos en lugares y relaciones donde nos sentimos protegidos.

Finalmente, las pinzas del cangrejo evocan la tendencia a engancharse energéticamente y afectivamente con otros, y el apego emocional, la dificultad a soltar elementos del mundo de los cuales sentimos que dependemos.

Datos técnicos:

Para observar en una carta natal la fuerza relativa de la energía canceriana y de la Luna, tendremos en cuenta los siguientes elementos: Sol, Luna o Ascendente en Cáncer; Sol o Luna en casa IV; Luna en casa I, casa X o casa XII; varios planetas en Cáncer; aspecto de conjunción, oposición o cuadratura entre el Sol y la Luna.